Y no fuimos pocos los que lo vivimos así, el conflicto con los elfos había terminado. Recién regresamos de los juegos, gloriosos, triunfantes y con docenas de coronas de honor. El mas glorioso comandante que hubiésemos pensado existiría entre nuestro magnifico pueblo, había sepultado a todos nuestros adversarios, preparando un ejercito de atletas capaces de conseguir todo lo que se propusiesen. Eramos la honra de toda la Liga. Y el Supremo Emperador amaba tanto a este comandante, no solo por ser su hijo mas adorado sino porque realmente era fácil amarlo, casi llevarlo al nivel de uno de esos dioses que nos habían abandonado.
Después de 20 largos años el hijo de nuestro Supremo Emperador había regresado. El que estaba perdido e incluso ya en nuestros corazones muerto volvió y cambio todo.
En solo unos meses había unido a todos en la política, en la guerra y nos llevo a la gloria en los juegos. Tal vez como nunca antes, todo Taladas admiraba nuestra fuerza, valor y honor, como nunca lo habían hecho.
PAX!!! PAX!!!, ese era el grito en todas las calles, y de una ciudad donde antes el desesperante ruido era omnipresente: rodar de pesados carromatos por las baldosas de piedra, mugir de rebaños que venían del campo y eran conducidos al matadero, gritos de los tenderos para atraer la atención de los paseantes, nos habíamos convertido en un pueblo alegre, orgulloso y con esperanza. Alababamos la PAX!, adorabamos a nuestro comandante, adorábamos a nuestro Supremo Emperador.
Muchos lo ovacionaron en la plaza y en el senado, pocos lo acompañamos a sus habitaciones esa noche y reímos con el mientras nos hablaba de sus amados hijos, un secreto que solo sus centuriones conocíamos. Y solo yo lo vi caminar solo, hacia su alcoba. La noche mas triste de toda la historia de la Liga.
Fue traición, y envidia. La sed de poder envilece al corazón. Ahora todos lloramos su partida, algunos honran su muerte y muy pocos aun creemos en su regreso.
historias de un centurión ebrio.
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